miércoles, 19 de octubre de 2016

Etiquetándome




Este viaje comenzó hace mucho. Pronto empecé a ver paisajes extraños que no se correspondían con lo que me contaban, con lo que parecía que vivían los demás. No sabía por qué estaba tan oscuro, tan sombrío. Por qué no parecía avanzar. Y no paraba de buscar en un mapa para ver en qué me había equivocado, dónde encontraría la indicación que me llevaría de vuelta a la carretera principal.

He encontrado a lo largo del camino muchas indicaciones en las que he querido confiar pero ninguna tan clara como hasta ahora.

PARADAS EN EL CAMINO
Demos marcha atrás. En algún momento de mi preadolescencia empecé a ser más consciente de mi misma y de mi relación con los demás. Supongo que a todos nos pasa. Sentimos el deseo de pertenecer, nos sentimos más cohíbidos e inseguros. Un día se acabó la infancia despreocupada y empecé a tener problemas para relacionarme, a no sentirme "digna" de codearme con ciertas personas, a sentir que no era aceptada. Por algún motivo que se me escapaba ya no era lo suficientemente buena.

Recuerdo tener en aquella época una reacción muy intensa a todos aquellos sentimientos de inadecuación y durante una temporada me sumí en la tristeza y en la apatía. Recuerdo que apenas hablaba y decidí no creer en nadie, no entusiasmarme con nada. Como no quería sentirme decepcionada prefería quedarme al margen totalmente. Viendolo con perspectiva creo que aunque realmente me sentía triste y decepcionada con el mundo, en cierto modo mi reacción fue de defensa. Elegía estar triste y sola, yo elegía ese papel y así no eran los demás los que tenían el poder de hacerme daño o dejarme sola. Aquello pasó. Pero siempre andaba acechando ese sentimiento y esa ansiedad, esperando a que me sintiera vulnerable para atacar.

Durante distintas épocas le puse distintos nombres, y aceptaba que tenía distintas taras o trastornos. A veces era simplemente falta de personalidad.

En otra ocasión me obsesioné con que sufría fobia social. Con que algunos rasgos coincidieran yo me la adjudicaba.

La única vez en la que compartí mis temores con alguien de mi vida fue cuando decidí que tenía Síndrome de Asperger. Ahora lo pienso y me entra la risa. Ni más ni menos que me convencí de tener una forma de autismo. Me agobió tanto que fui capaz de reunir el valor suficiente para pasarle una lista de características a mi madre (no me atreví a explicarselo con mis palabras). Y entre sollozos le pregunté si de pequeña había observado alguna de esas características en mí. Aquello quedó en una visita al psiquiatra, que básicamente me dijo que aquello era un sinsentido,  me recomendó terapia de grupo y me recetó unas pastillas para que no le diera tantas vueltas a la cabeza. En ese punto de mi vida la terapia de grupo no sonaba nada apetecible y reconozco que me sentí dolida de que algo que yo tenía tan claro fuese tomado tan a la ligera. Si sabría yo que tenía Asperger... Ah, y las pastillas, no eran milagrosas, no me cambiaron como había deseado. No hubo extreme makeover para mí. Creo que el efecto más notable era que me pasaba el día bostezando. Total, que acabé cerrando esa etapa también.

Mi miedo a enfrentarme a ciertos retos que la vida adulta te va presentando me hicieron ver que tenía trastorno de personalidad por evitación.

O el hecho de que había días en los que me podía relacionar estupendamente y sentía que todo encajaba me hacían inclinarme por una ciclotímia. Ahora pienso que quizá sea más bien que esos momentos ocurren cuando estoy bien cargada de pilas y en situaciones en las que me siento más segura, de no demasiada estimulación y en las que me puedo retirar aún en la cumbre sin convertirme en calabaza. Seguiremos investigando...

Complejo de inferioridad.... lo veo y subo a...  déficit de asertividad. Siempre tenía todas las cartas, yo me sentía una apuesta segura sobre cualquier condición.

CAMBIO DE RUMBO 
Mirando atrás ahora me doy cuenta de mi gran error en aquella época. Todas esos nombres que le ponía a lo que me ocurría estaban basados únicamente en mis puntos negativos, los veía como una patología y mi ilusión era encontrar el remedio para curarme y ser normal. Solo era capaz de ver lo malo, aquello en lo que creía fallar. Es como cuando hacía un examen. Nunca salía del todo contenta. Siempre me fustigaba pensando que había dejado esa pregunta incompleta, o que vaya tel elegir la a en vez de la b. ¿Cómo había podido ser tan estúpida? Total, que era la típica que salía sintiendome un fracaso y acababa sacando un 9. Todo lo que había hecho bien se veía totalmente eclipsado por mis errores.

Ahora empiezo a verlo desde otra perspectiva. Esa ha sido mi gran revelación. Aceptar que cada personalidad puede tener unas características distintas, ni mejores ni peores. Aceptar que no tengo que curarme. Que hay cosas de mí que puedo mejorar pero no por eso soy (un) insuficiente.
No lo vivo con la frustración con la que lo vivía entonces. No voy buscando el resultado final que me valide. Me puedo centrar en el proceso, en disfrutar los avances que haga.

Si quisiera aprender a hablar un idioma complicado nadie esperaría que pudiera comunicarme perfectamente en él en unas semanas. Y si esa fuera mi expectativa, el fracaso y la frustración estarían garantizados. Puedo aceptar que es difícil, disfrutar de mis progresos y aceptar que no pasa nada si no llego a hablarlo como una nativa. A lo mejor con comunicarme al nivel más básico ya me vale. Al fin y al cabo siempre será un idioma extranjero para mí. Igualmente no voy a adoptar una personalidad distinta a la mía y la verdad es que no me apetece nada irme de Erasmus a Extrovertilandia a estudiar (si acaso algún fin de semana;) )

Este viaje de momento es un paseo sin destino concreto, pero siempre buscando un lugar menos inhóspito.

Si has llegado hasta el final, te mereces varios créditos en la carrera de psicología, aunque sea por capacidad de "escucha" ;) A veces sienta bien un desahogo. Y ayuda a desdramatizar también. Dicho esto, mi vida no se limita a esto. Como ha quedado claro soy especialista en revolcarme en la oscuridad, pero ha habido y hay muchas cosas buenas. Sin embargo, si nos inclinamos hacia el lado oscuro... hay que hacer un esfuerzo consciente por verlas. En eso estamos ¡¡Corre hacia la luz!! ;)
Gracias por leer.

P.D. Por cierto, estas son evidentemente mis experiencias personales. No es mi intención restar importancia a todos los trastornos serios y graves que existen o a sus tratamientos, ni faltar a la gente que los sufre. Explico como he ido viviendo mi proceso, no pretendo ser ejemplo de nada ni minimizar la importancia de buscar ayuda si es necesaria. Yo reconozco que he sido muy bruta en eso y me lo he guisado y comido yo solita. Espero que se me entienda porque nada más lejos de mi intención menospreciar a nadie. Todos buscamos nuestro propio camino y cada uno va a ser diferente.



No hay comentarios: