sábado, 24 de junio de 2017

Sweet spots

Hoy me he quedado sola en casa. Ningún plan a la vista y la casa para mí, a mi servicio. Me suelen hacer ilusión estos momentos. Anticipo tranquilidad, libertad para hacer y deshacer a mi antojo, sin que nadie interrumpa o pregunte que qué hago. Pero si soy honesta, creo que al final se me acaban indigestando esos momentos. Acabo sintiéndome sola. Me voy abandonando al dulce farniente más perverso, no respeto horarios, se instala la anarquía y sucumbo a todos mis caprichos. No pasa nada, un día es un día, pero al final acabo sintiéndome mal, sintiendo una inquietud que hace que no aproveche ese día que se presentaba tan suculento.

Ha llegado esta tarde un momento en que algo ha hecho click y he decidido hacer algo inusual. He salido a pasear y a buscar un sitio en el que sentarme a escribir o leer. Casi nunca lo hago, salir sola sin un destino en mente, si no es por encontrarme con alguien o para hacer algo. Tengo cierta resistencia, no sé si llamarlo agorafobia. Bueno, vale, quizá esa palabra quede muy grande, pero a veces siento cierta inseguridad cuando salgo, especialmente sola. Ahora estoy sentada en un parque y cada vez que escucho a alguien acercarse me crespo un poco. Pienso que me verán como un bicho raro, o lo que es peor, que encontrarán algún motivo para hablarme o ridiculizarme. Sobre todo cuando son grupitos de jóvenes. Supongo que aún no he superado mis inseguridades de adolescente. Siempre en guardia. Y no es que haya tenido malas experiencias, no especialmente, pero por lo que sea mi mente siempre me prepara para lo peor y como no me gusta el conflicto.... la ansiedad acaba pasando a mi cuerpo. Suenan las alarmas y se prepara. Mira que siempre he idealizado esa imagen de alguien sentado solo en un parque o en una cafetería tomando algo en compañía de un libro o escribiendo o dibujando. ¡Qué bohemio! Y es una imagen que a priori debería ser atractiva para un introvertido. Pero no es algo que luego me anime a hacer. Ahora mismo es verdad que por logística no me resulta muy factible. Vivo en un barrio que no se caracteriza por ser especialmente bohemio y me temo que ya no serían imaginaciones mías y que sí que realmente llamaría la atención. Pero lo cierto es que tampoco lo he hecho cuando he tenido la posibilidad.

Sin embargo, no se está mal aquí. Creo que debería hacerlo más a menudo. Está bien salir de la rutina y de las cuatro paredes. Y a veces puede que una pequeña dosis de esto sea lo que necesite. Un cambio de ambiente y de perspectiva porque el hecho de que nos inclinemos más hacia algo no implica necesariamente que sea lo que  venga bien o quiera todo el tiempo.

Releía el otro día en el libro Quiet de Susan Cain acerca de lo que ella llama sweet spots, que viene a ser algo así como reconocer el nivel de estímulo que necesitas en cada momento. Por ejemplo, soy una persona prominentemente introvertida pero no tengo las mismas necesidades el cien por cien del tiempo. Por ejemplo hoy por la mañana me sentía contenta en mi soledad, leyendo, trabajando o viendo una peli. Pero llegó un momento en el que comencé a sentir cierta inquietud y necesitaba salir o contactar con alguien. Sin embargo, a su vez, sé que si quedara ahora con alguien probablemente al cabo de un rato empezaría a volver a sentir la necesidad de volver a la soledad y "aislarme un rato". Es una noción bastante básica en relidad. Pero conocer un poco cómo fluctuan esos momentos y esas necesidades y poder aplicarlo a como organizas tu día a día podría ser bastante ventajoso. A veces pienso que deberíamos tener unas barritas de nivel, como los SIMS o un tamagochi, que nos indicaran qué nos va haciendo falta en cada momento y pudiéramos intentar tenerlas equilibradas la mayor parte del tiempo. ¡Oh! Suena la alarma, necesito recargar energía haciendo algo sola. Me tengo que ir.

Creo que en algo tan esencial como la elección de un trabajo se debería de tener esto bastante en cuenta. Vale, en un mundo ideal en el que se nos dejara una flexibilidad para organizarnos y en el que no tener trabajo no creara tal ansiedad que haya que aceptar cualquier cosa. Pero en un primer momento, cuando aún eres un estudiante y te planteas en qué quieres trabajar, recuerdo que el orientador preguntaba por gustos sobre asignaturas y habilidades pero no recuerdo que preguntara por preferencia por trabajar solo o en equipo o se valorara de ninguna manera el nivel de introversión o extroversión. 

Quizá si yo hubiese sabido lo que sé ahora o si alguien me hubiera advertido no hubiese elegido el trabajo que tengo ahora. Si en tu trabajo acabas vaciando tu barrita de energía social, pues además de empezar a no estar agusto en él también se da la situación de que tu tiempo libre acabas necesitándolo para recargarte y así tu vida social también se ve algo resentida. Te resulta difícil encontrar un equilibrio y que puedas usar esos sweet spots a tu favor. 

Es un gran reto porque la vida no es un juego en el que se pueda simplemente darle a un botón para cambiar de actividad. Todos tenemos nuestras propias circunstancias. Pero saber reconocer que a veces ese malestar que podemos sentir esté relacionado con la estimulación que recibimos y que si lo gestionamos, siempre que esté en nuestra mano, podríamos sentirnos "en sintonía" durante más tiempo, me hace sentir un poquito más en control.

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